31 May Juan Pedro, el maestro ganadero
Si se trata de ganadería, se sabe que el apellido que acompaña ese nombre es Massigoge. Un paseo por la vida de uno de los criadores y cabañeros más prestigiosos que tiene la raza Angus, status que logró de la mano del esfuerzo y la humildad, y que ni en el peor momento bajó los brazos. “Las vacas son mi vida”, asegura. Por Juan Berretta
Es difícil encontrar un momento para que Juan Pedro Massigoge pueda desandar sus 79 años frente al grabador. No es una cuestión de ganas. Es austero de palabras, es cierto, pero buena predisposición y amabilidad le sobran. El tema es encontrar cuándo hacerlo, porque el hombre no para. Por lo general, a la mañana se va al campo y regresa cuando baja el sol, le gusta cenar temprano y empezar a recargar las pilas para el día siguiente. “Mi vida se la llevan las vacas”, dice sin exagerar. Y no lo suelta como reproche o queja, todo lo contrario. “La ganadería es mi vida”, asegura con la misma pasión que recorre su hacienda todos los días.
Su rutina desmiente rotundamente su edad, más bien parece un veinteañero. Más adelante Juan Pedro dirá que interactuar con los jóvenes lo mantienen vital.
La charla termina dándose un sábado por la mañana, apenas pasadas las 10. Se le postergó de improviso una actividad matinal y apareció el hueco en la agenda. “Hasta las 12 podemos hablar todo lo que quieras, después como algo y ya me voy al campo”, aclara. “Así son todos los días. Hay que hacer cambio de parcelas, controlar la hacienda que está comiendo, los eléctricos… Es eso, tenés que andar, y si no andás las cosas no salen”, explica como buen ganadero de pura sangre.
“Yo tengo un equipo de trabajo de lujo, sin los muchachos sería imposible”, aclara.
Juan Pedro padre
Hijo de un productor agropecuario que se llamaba como él, la relación entre Juan Pedro y el campo empezó desde que tiene recuerdos. Su padre era de Indio Rico, pero con la crisis de la década del 30 se mudó a Tres Arroyos porque ya no podía ser arrendatario. Se transformó en gerente y martillero de La Agrícola Ganadera, y años después pudo volver a arrendar tierras en aquella zona del partido de Coronel Pringles.
El regreso al campo ya lo encontró casado y con hijos. El mayor de los tres hermanos era Juan Pedro. Era común ir con el padre al campo, y lo disfrutaba. Lo que era un divertimento y un lindo paseo se transformó en trabajo a partir de los 17 años. “Yo iba al Colegio Industrial, porque mi mamá quería que fuera ingeniero. Pero no me gustaba estudiar, no servía. A mí me encantaba andar de acá para allá con mi papá, con las vacas. Me gustaba el campo. Y un día él me dijo: ‘basta, si no querés estudiar te venís conmigo a trabajar’”, recuerda.
Reto, imposición o incentivo, lo que haya sido, fue lo mejor que le pudo haber pasado a Juan Pedro, que dejó el industrial y se convirtió en un precoz productor. Tiempo después también se sumó a La Agrícola Ganadera, experiencia que se pareció a una universidad ganadera. “Acompañé varios años a mi padre, conocí a muchísima gente, aprendí lo que era el mercado de hacienda, incluso hasta martillé. Aunque no era mi fuerte el martillo”, cuenta.
“Así me fui haciendo, aprendí mucho en La Agrícola, le tengo muchísimo cariño y respeto”, agrega.
En 1973 falleció su papá y Juan Pedro, que tenía 31 años, y su hermano Carlos Alberto quedaron al mando de los campos de la familia. “Yo siempre estuve a full con la ganadería”, aclara para describir la división que hicieron de las tareas. El trío de hermanos lo completaba Mónica, también amante de las vacas y que luego se casaría con Alfredo Podlesker y desde hace 50 años tienen la Estancia Santa Mónica.
Ovejeros
Al bucear en su infancia y adolescencia, las imágenes de ovejas son recurrentes. Como buen pringlense, su padre tuvo una enorme majada durante muchos años. “A Pringles le decían la capital del lanar. Mi papá tenía más de 10.000 ovejas, y eso era normal en aquella época”, cuenta.
Si bien nada es comparable a esos tiempos, Juan Pedro nunca se desprendió del lanar. “Hoy tengo un plantel de pedigree de unas 60 madres Corriedale y una majada de alrededor de 500 ovejas en los tres campos que trabajamos. Vendo algunos carneros y corderos. Es algo que hago porque me encanta, vengo de una familia ovejera”, indica.
Hasta hace un par de años participaba con sus carneros en exposiciones, y cuenta con orgullo que en 2017, en las ventas de la muestra de Bahía Blanca, un borrego de La Tortuga (la cabaña ovina y bovina se llaman así porque era la forma que tenía la marca que le hacían a los animales en los tiempos de su padre) fue comprado por un consorcio de cabañeros uruguayos que lo llevaron a un centro de inseminación en Entre Ríos. “Hijos de ese carnero ganaron exposiciones muy importantes en Uruguay, y para uno es una satisfacción, haber sacado un bicho relevante”.
Hoy Juan Pedro integra junto a otros pequeños productores el Centro de Acopio de Coronel Pringles, una iniciativa comercial que surgió a partir del sistema de esquila Prolana, y en el que venden su producción en licitaciones públicas.
“Es la única forma que tenés de defender tu lana”, dice. Aunque está claro que su relación con las ovejas no depende de una cuestión económica: “Les tengo cariño y soy bastante fanático”, reconoce.
Si bien es cierto que el apellido Massigoge y la cabaña La Tortuga son reconocidos en el ambiente lanar, el nombre de Juan Pedro es sinónimo de ganadería vacuna; y sobre todo, de Angus. Porque si bien alguna vez crío Hereford también, tiene una identificación plena con la raza líder de Argentina.
Formado en casa
Massigoge identifica a dos maestros que lo formaron como ganadero y le enseñaron lo que sabe. “Aprendí muchísimo de mi padre y de mi suegro”, dice con agradecimiento. De la mano de su papá conoció la feria, el mercado de hacienda y los secretos del criador; con Enrique Buus descubrió el fascinante mundo de las exposiciones y el oficio de la cabaña. El complemento ideal que posibilitó que Juan Pedro empezara a forjar un nombre propio en Angus.
“En un momento me empezaron a invitar como jurado a las exposiciones regionales, juré en Coronel Dorrego, en Coronel Pringles, en La Madrid, y era algo que me gustaba mucho, lo disfrutaba”, cuenta. Hasta que una propuesta del ingeniero Horacio Gutiérrez sacudió al sencillo cabañero. Vaya si habrá sido importante la proposición que le hicieron que Juan Pedro, que no es muy preciso con las fechas, tiene el día tatuado en su memoria.
“El 24 de diciembre de 1997, Horacio, uno de los máximos exponentes de la raza, me consultó si quería jurar en la Exposición Nacional de Otoño de Angus en Cañuelas. Me cayó superbién el llamado y en otoño de 1998 fui a jurar con mucha satisfacción y responsabilidad”, recuerda.
Si eso ya marcaba que Juan Pedro tenía un prestigio muy bien ganado en un círculo que no es para muchos, el reconocimiento se hizo más evidente cuando fue invitado a jurar en la Exposición Rural de Palermo. “Juré en 2000, 2001, 2002 y 2006, siempre como jurado tripartito, algo que siempre me pareció muy bien porque te permite intercambiar ideas con tus colegas, y a su vez te hacen ver algo que se te puede haber escapado. Es mucho más placentero y fue un trabajo que me gustó muchísimo”, comenta.
También fue invitado a participar como jurado único, pero a raíz de un problema que tuvo en la vista prefirió no aceptar la propuesta. “Es difícil jurar 400 animales en tres o cuatro días, es mucha responsabilidad hacerlo solo, y menos si uno está con alguna dificultad. Con una decisión desacertada le rompes todo el año de trabajo a un cabañero”, explica.
La última jura la hizo en 2015, en la 97ª Exposición de Ganadería, Industria y Comercio de Coronel Suárez.
Juan Pedro tiene muy claro el esfuerzo y la inversión que demanda preparar los animales, con su hermano participó con La Tortuga en las exposiciones de la región durante muchos años, y también dijo presente con vacas y toros en Palermo en las muestras de 2008, 2009, 2010 y 2011.
En cuanto a las ventas de la hacienda, hasta fines de los 2000, La Tortuga hacía su remate anual. “Agarramos los años malos, entre 2006 y 2009, con una gran sequía, con el cierre de las exportaciones, y se nos hizo muy difícil seguir con el remate.
Rústicos
Entonces para apuntalar la pata comercial del negocio entendió que era necesario generar una oferta junto a otros productores de la zona. Y sabiendo que Sergio Amuchategui tenía la misma intención, hizo su aporte para que ganara vida Rústicos.
“Mi relación con Sergio viene desde hace más de 30 años, y cada tanto conversábamos sobre esto de hacer algo en conjunto. Así fue que en 2014, con él como guía, que ya trabajaba con Juan García, nos juntamos varios amigos y decidimos comenzar algo que fue tomando cada vez más fuerza. Hoy Rústicos ya está afianzado y es reconocido a nivel país”, cuenta.
El fenómeno en que se ha convertido Rústicos, con el aporte hecho por la consignataria cordobesa Alfredo S. Mondino y potenciado el último año con la irrupción obligada de los remates televisados por la pandemia, hizo que la hacienda de criadores de Tres Arroyos y la región sea demandada por productores de San Luis, La Pampa, Mendoza, Córdoba y Santa Fe.
“Eso es como un mimo para nosotros, que nos compren de lugares tan lejanos y que valoren nuestra genética”, dice. Y como cada vez que le preguntan por Rústicos, Juan Pedro cuenta que se siente muy a gusto de formar parte. “Estoy muy agradecido con todos porque es gente mucho más joven que yo, y a pesar de eso me siento uno más, estoy muy bien en el grupo”, cuenta.
Tres para triunfar
El esquema productivo de Juan Pedro está bien repartido. Tiene su hacienda repartida en tres campos: uno en Vasquez, otro en Indio Rico, y el restante sobre la ruta 85. “En la cabaña hacemos entre 50 y 60 toros por año para la venta de Rústicos. No tengo un número importante de pedigree, prioricé hacer poco pero bueno; y darle mayor importancia al puro controlado”, explica.
“En el campo de la ruta 85 hago cría y saco el ternero que vendo al destete. Y en el campo de Indio Rico tengo el plantel de vacas puro controladas, y saco toritos y terneras que llevo a la cabaña en Vasquez”, agrega.
Juan Pedro apunta a la moderación. “Buscamos que los animales no sean ni muy chicos ni muy grandes, que las hembras sean funcionales y femeninas, y que los toros sean masculinos, sin exceso de tamaño. La moderación es la clave”, afirma. Aunque la búsqueda por mejorar y lograr una hacienda superior no tiene un techo. “Este es un trabajo que no se termina nunca. Uno siempre tiene que mirar para adelante y trabajar para mejorar”, completa.
En ese objetivo de hacer un producto mejor, que es una meta que se construye día a día, Juan Pedro destaca a la gente que lo rodea. “Quiero reconocer las personas que están conmigo, que son de muchísimo valor. Son excepcionales compañeros de trabajo y tienen la camiseta puesta”, dice refiriéndose a José, a Carlos, a Angel y a Olivera. “Es cierto que yo ando en el campo, soy el que dirige el equipo, pero ellos son los que están todos los días con la hacienda y hacen que todo vaya lo bien que va”, comenta.
El agradecimiento también alcanza a Horacio, el contratista que lo acompaña hace muchos años, “y a los veterinarios e ingenieros con los que hemos trabajado”, agrega.
Juan Pedro hijo
Desde hace algunos años se sumó al equipo María Eugenia, la hija menor de Juan Pedro. Y no hay dudas que esa incorporación fue muy bienvenida. “Ella va dando pasitos todos los días, y lo que uno quiere es ir dándole más herramientas, porque puede ser que sea la que siga con esto”, explica.
La familia que formó con Ana Lilian, con quien en este 2021 cumplirá 50 años de casado, la completan hoy María Paula y Ana Cecilia. Y entre las tres les dieron siete nietos.
Pero al rompecabezas le faltará siempre una pieza: Juan Pedro, el hijo varón que falleció en un accidente en 1997, cuando apenas tenía 16 años. “Ya había andado conmigo en algunas exposiciones, hubiese sido algo muy lindo compartir todo esto con él. Pero la vida es así y hay que aceptarla”, dice con fortaleza.
Aunque reconoce que semejante golpe lo hizo dudar de todo, incluso de continuar con su pasión ganadera. “Frente a algo así pensás en todo, incluso en largar…”, cuenta. “Pero después eso te da más fuerza para seguir adelante”, completa.
Se hace un silencio breve pero profundo, y la charla vuelve a dar un giro. “Mientras la familia y la salud me acompañen voy a seguir”, asegura Juan Pedro como si hiciera falta que lo dijera.
“Esto (la ganadería) es mi vida y estoy muy contento, lo hago con muchísimo gusto. No me da pereza ni pongo cara fea con ningún trabajo, aunque sea en la manga con frío o con calor. Le meto y estoy re contento de lo que hago”, confiesa con entusiasmo.
Y agrega: “Le pongo todo el esfuerzo para hacerlo lo mejor posible”. De eso nadie puede dudar.
Ojalá pueda trasladarle su sabiduría a mis hijos
Por María Eugenia Massigoge
Siempre me gustó el campo y de chica con mi hermano acompañábamos a mi papá. Y desde algunos años empecé a ayudarlo. Nos entendemos muy bien y él siempre está abierto a que vos te integres y te involucres. Eso no sólo lo hace conmigo, sino con todos sus empleados, a los que tiene desde hace muchísimo tiempo. Te pregunta, te pide opinión, te hace partícipe.
Entonces te contagia y te lleva a meterte cada vez más, a ponerte la camiseta, y lo más lindo y valorable, empezás a sentir lo que siente él. Porque su pasión te la transmite de una forma que te llega. Lo hace con cierta magia que logra que vos también naturalmente empieces a involucrarte.
Parece increíble que acaba de cumplir 79 años, porque no para nunca, y eso creo que es lo que lo mantiene vital. Eso también tiene que ver con que es muy constante y metódico, con los horarios, con la alimentación, con evitar los excesos, y ahí también es muy importante el apoyo de mi mamá.
Yo manejo las redes de la cabaña y permanentemente están llegando por privado mensajes y saludos, y me llena de orgullo lo que leo. Es muy lindo que lo reconozcan. Y lo que más me gusta es que él siga manteniendo los pies en la tierra y que siga siendo el tipo sencillo que es.
Tiene muy claro que por más que sepa mucho, no tiene que creérsela y es muy respetuoso del otro. Y eso yo lo veo en su día a día, y es una de las cosas que más valoro. Otra de las cosas que me parecen más destacables es que le encanta escuchar a los chicos y a los jóvenes. Siempre dice que hay que escucharlos a ellos, porque le dan vitalidad y también aprende. Tiene una cabeza muy abierta.
Con mis hermanas siempre decimos, “ojalá podamos transmitirles a nuestros hijos lo que él nos transmite a nosotras”. Porque lo consideramos un maestro de valores y un ejemplo de humildad.
Nosotros como familia tuvimos un episodio muy triste, pero lo supimos reconvertir y creo que en parte fue por lo que nos enseñaron mi mamá y mi papá: que a pesar de que la vida te golpea sigue siendo muy bueno vivirla. Nos transmitieron que había que mantenerse unidos y que de todo se sale y de todo se aprende. (La Voz Del Pueblo)